Bad Bunny está en un buen lugar. Tras haber terminado una gira por 25 ciudades para promocionar su tercer álbum, el artista con más reproducciones en Spotify durante 2021 se encuentra cómodamente instalado en una casa frente al mar en North Miami —justo al otro lado de la Bahía de Biscayne— donde terminó su reciente disco. Construida con contenedores de transporte agrupados alrededor del patio, contemplando una piscina y un muelle, su residencia temporal está repleta de amigos (y colaboradores), entre ellos, su director creativo, su fotógrafo, su productor y su asistente. Las puertas corredizas de cristal permanecen abiertas, pero la brisa apenas atraviesa la humedad y el calor. Un chef trabaja en la cocina llenando la sala con un aroma a cerdo y cebolla, mientras el espíritu de las vacaciones de primavera flota en el aire y una hermosa mesa espera a la multitud.
El ambiente es tan relajado que podrías olvidar que el hombre que aparece unos minutos después de los demás —recién salido del gimnasio— es un fenómeno mundial cuyas disruptivas canciones, letras provocativas y atuendos gender-fluid han cambiado la escena de la música pop en los últimos seis años. Un cantante que ha desafiado todas las expectativas sobre cómo debe lucir un rapero y artista del trap, y lo que debe interpretar una estrella del reguetón —molestando a algunos, pero inspirando a muchos otros en el proceso—.
“Creo que en este momento es la estrella más grande de todo el mundo”, me dice por teléfono Diplo, quien colaboró en el álbum debut de Bad Bunny en 2018 y se unirá a él en su gira en estadios este verano. “Más grande que cualquier estrella de habla inglesa, más grande que la principal figura latina. Es la estrella pop más grande, vanguardista e importante del mundo”. Incluso, el frecuente colaborador de Bad Bunny, J Balvin, coincide. “Es un genio creativo”, menciona, alguien que “nos saca de los estereotipos y muestra la forma real y nueva en la que los latinos percibimos el mundo”.
Bad Bunny, cuyo nombre real es Benito Antonio Martínez Ocasio, está aquí con su novia Gabriela Berlingeri, diseñadora de joyas de 28 años, y Sansa, su cachorra Beagle de tres meses. Se encuentra vestido con unos shorts azules de Bravest Studios, un par de sandalias verde neón, una camiseta negra de Balenciaga con la leyenda ‘bébé’ deletreada con pedrería sobre el pecho y un bucket hat color canela con el cordón suelto alrededor de la barbilla. Benito, también de 28, sostiene una pila de libros sobre diseño de interiores que coloca ordenadamente en una pequeña mesa junto al sofá. Usa una argolla de oro en el tabique de la nariz, un collar de pequeños corazones de diamantes alrededor del cuello y aretes de oro con colgantes de diamantes en ambas orejas. Sus uñas, de una longitud modesta, están pintadas de color rosa claro.
A medida que Benito habla, su comportamiento pasa de ser tímido e introvertido a divertido y gracioso para luego, mostrarse locuaz y desafiante. En momentos, se pone sentimental. De pronto, se dirige a su novia y murmura: “Te ves muy linda ahora”, ella sonríe y responde: “Oh, sí, me veo muy linda”.
Berlingeri, quien también viene del gimnasio, viste una camiseta oversized con la frase “Puerto Rico” y shorts de mezclilla, lleva el cabello mojado y el rostro sin maquillaje. Ella se sienta cerca de él en el sofá, sin perder de vista a la cachorra, a la que colman de regalos, incluyendo un conejito de peluche. Conocer a Sansa fue una de las mejores partes del tour, según el cantante. Gabriela se la presentó durante su concierto en el Crypto.com Arena en Los Ángeles, California. El boricua estaba a punto de volver al escenario tras una pausa de cinco minutos, pero cuando se enteró de que habían llegado fue, apresurado, hacia los camerinos. “Corrí por ella”, me dice señalando a Sansa. “No fue por Gabriela —se ríe—. Es mentira, fue por ambas”, aclara sonriendo. “Le di un beso a Gabriela y uno a Sansa”.
El chef le lleva un poco de sushi para que lo pruebe. El colorido atuendo de Benito resulta tropical y refrescante, contagiando una energía veraniega. Sin embargo, el intérprete me explica que su estilo está en constante cambio. “Depende de mi estado de ánimo”, confiesa. “Todo el mundo tiene que sentirse cómodo con lo que es y cómo se siente. Es decir, ¿qué define a un hombre, qué define ser masculino, qué define ser femenino? Realmente no puedo asignarle a la ropa un género. Para mí, un vestido es un vestido. Si me pongo uno, ¿dejaría de ser un vestido de mujer? ¿O viceversa? No. Es un vestido y eso es todo. No es de hombre, no es de mujer. Es un vestido”.
Le pregunto qué usará en la próxima MET Gala. “Si lo supiera, te lo diría”, dice con una sonrisa. Entonces recuerda: “Cabrón, vi un post en el que anuncian el tema”. “¿No es ‘American’?”, pregunta Janthony Oliveras, su director creativo. Benito explica que el código de vestimenta es “gilded glamour, white-tie”, y que el tema In America: An Anthology of Fashion está inspirado en una exposición del Costume Institute del MET. Luego, el ganador del Grammy confiesa que cuando escuchó el tema, pensó en llevar algo inspirado en América Latina. “Porque también es América”, señala.
La noción de que América es más que solo Estados Unidos es algo en lo Benito ha pensado mucho —una idea que, de hecho, rige su enfoque hacia el éxito mundial—. En concreto, le recuerda a “This Is Not America”, una canción reciente de su amigo René Pérez Joglar, el rapero puertorriqueño mejor conocido como Residente, quien ayudó a despertar su propia conciencia política cuando, en enero de 2019, visitaron al entonces gobernador de Puerto Rico, Ricardo Rosselló, para hablar de la delincuencia violenta de la isla y, más tarde, se unieron a las protestas que, finalmente, provocaron la renuncia del gobernante. Inspirado en “This Is America” de Childish Gambino, Residente ofrece una mordaz crítica al imperialismo estadounidense y a la violencia en América Latina. “Desde que escuché ese tema, me encantó”, confiesa Benito. “Me dio escalofríos. Estábamos bebiendo y, de repente, René la puso. Cabrón, se me llenaron los ojos de lágrimas. Se me pusieron los pelos de punta. No sé si fue porque estaba un poco borracho, o qué, pero la canción es muy buena”.
Publicado el 6 de mayo, el más reciente álbum de Benito, Un verano sin ti, es menos político; sin embargo, su espíritu sigue siendo tan orgullosamente latino, como siempre. Gran parte del disco se grabó en una casa en República Dominicana. “Voy a un lugar específico con mi gente, nos quedamos ahí, la pasamos bien y trabajamos”, comparte, “alquilo una casa como ésta, instalo el equipo y ahí grabo las canciones”. Siempre que puede, evita los estudios. “Desde el momento en que subo al auto, se me quitan las ganas”, añade. Por el contrario, en la casa todo fluye. “Nos levantamos, comemos algo y nos adentramos en ello”.
El pasado enero, Bad Bunny borró todas las publicaciones de sus redes sociales y compartió un reel de él con su novia cenando bajo una palmera, en donde anunció su próxima gira World’s Hottest Tour. Las entradas para los conciertos se agotaron en minutos, haciendo colapsar el sistema. “Fue una locura”, dice.
Hoy, a mediados de abril, solamente ha pasado una semana desde su último show y la estrella del reguetón no se ha recuperado del todo. Normalmente, se acuesta a la 1 o 2 de la madrugada y se despierta alrededor de las 10; no obstante, últimamente tiene problemas para dormir. “No sé si soy yo o todos, pero cuanto más alto voy, más presión siento”, explica. Y, sin duda, Benito continúa volando cada vez más alto. De hecho, también fue contratado para protagonizar El muerto, el spin-off de Spider-Man sobre un antagónico luchador con superpoderes —que, además de ser el primer personaje latino de Marvel en tener una película independiente en live action, es el más reciente capítulo de una floreciente carrera como actor para Bad Bunny—. “Tal vez para algunas personas es diferente en cierto sentido: cuanto más alto llegan, menos presión sienten, pues quizás están seguros de que todo lo que hacen será un éxito”, continúa, “pero a mí me pasa lo contrario: cuanto más alcance tengo, cuanto más subo, más presión siento para seguir adelante. Paso días sin dormir pensando en eso.” Entonces, todos comienzan a especular al respecto. Tal vez sea porque viene de la gira —está sobreestimulado, cargado de adrenalina—. Un ascenso tan frenético como el suyo debe incluir cierta dosis de vértigo. “Nunca te acostumbras. Jamás se convierte en algo normal. Siempre te despertará emociones ver a las personas entusiasmarse tanto y recibirte de esa manera. Te cambia”, dice.
Volando alto
Según la gente que lo conoce, Benito no ha cambiado. “Es el mismo que cuando lo conocí ”, dice Noah Assad, su representante. “Definitivamente, es introvertido en muchos aspectos. Seguramente, la mayoría de las personas supone que es lo contrario, pero es muy humilde hasta el día de hoy. Es una persona a la que le gusta demostrar su amor”, menciona Oliveras. De hecho, el intérprete dice que ha hecho un gran esfuerzo consciente por seguir siendo el mismo. “Hay cosas que cambian porque es imposible que no lo hagan cuando tienes mucho éxito y un montón de dinero que antes no tenías”, explica, “pero mi esencia, mi persona está intacta”. Su orgullo boricua, por ejemplo, sigue tan fuerte como siempre; también su compromiso de cantar en español. Antes, para que un artista hispanohablante se abriera paso en el mercado estadounidense, tenía que cantar en inglés
—Enrique Iglesias, Shakira y Ricky Martin son un ejemplo de ello—. En parte, esa idea se ha desvanecido gracias a gente como Benito. “Es como si se hubiera caído el telón”, acota al respecto. “Todos están en la misma liga, en la misma cancha. Lo he dicho desde el principio”.
Las redes sociales le han permitido presentarse a sí mismo en sus propios términos: desafiantemente puertorriqueño, lúdicamente neutro en cuanto al género y políticamente abierto. “Nunca tuve la misión de pensar ‘esto es lo que voy a hacer’”, cuenta el cantante sobre la conquista del mercado pop mundial. “Sucedió de forma orgánica, es decir, nunca hice una canción diciendo: ‘Esto va a ser global’. Nunca hice un tema pensando: ‘Hombre, esto es para el mundo, esto es para conquistar al público gringo’. Nunca. Al contrario, escribo las canciones como si solo las fueran a escuchar los puertorriqueños. Sigo creyendo que estoy ahí haciendo música y que es para ellos. Me olvido de que el mundo entero me escucha”.
Ahora que vivimos en la era del reguetón, Benito busca celebrar el dominio del género. “El público latino siempre infravaloraba a sus artistas”, dice. “A veces, los latinos querían grabar con un estadounidense por el hecho de tratarse de un estadounidense, y [los latinos] pensaban que tenía que hacerlo. No, hombre. No está al nivel que estoy yo solo porque son ‘americanos’, ¿sabes? Pero esa perspectiva ha cambiado. Lo puedes ver, la gente es más consciente. De pronto dicen: ‘Wow, Bad Bunny ha sido el más escuchado en Spotify durante 70 días. No fue el estadounidense, es este tipo latino’”.
Como si fuera una señal, el chef aprovecha la pausa para presentar un plato con más sushi. Todo el mundo se calla, masticando simultáneamente el pescado y las palabras de Benito. Después de un rato, el también actor relata: “Recuerdo que una vez —no sé quién demonios fue, si Billboard o Rolling Stone— sacó una lista de los mejores cantantes de la historia. Cabrón, especifica que es de la historia de los Estados Unidos, porque en ese listado no vi a Juan Gabriel, no vi a Vicente Fernández, no vi a Tito Rodríguez”. Atrás se quedó el tímido introvertido, ha sido sustituido por un hombre con carácter. “No te refieras a esos artistas como los más grandes, cuando tenemos leyendas en nuestra música latinoamericana. Y esa es la pura verdad. ¿Por qué se les llama leyenda y no se les puede comparar con los nuestros? ¿Es porque son estadounidenses? ¿O porque cantan en inglés?”.
En realidad, cuanto más grande es su fama, Benito más aprecia su lengua, su país, su cultura, su familia y sus amigos. “Muchos artistas se hacen famosos y, de repente, comienzan a cambiar su círculo cercano, entonces, la gente empieza a colarse”, comparte. “Como una especie de ‘ahora, soy más amigo de fulano, o soy más amigo de este otro porque también tiene dinero’. Yo sigo rodeándome de la misma gente. Mantengo mi mismo círculo. Siempre estoy en contacto con mi familia, incluso cuando no puedo verlos”.
“Benito es la persona más familiar que conozco”, dice Oliveras. “Llevó a su hermano mediano de gira tan pronto como pudo, y cuando el más pequeño terminó la escuela, lo llevó también. Le encanta. Le ayuda a crear una burbuja familiar”. Una burbuja de protección que cobra todo el sentido para él. Su ascenso fue desorientador y hubo un momento en que se sintió perdido. “Es como si estuviera en coma”, explica Bad Bunny. “Como si dos años de mi vida hubieran pasado en una semana por culpa de este repentino boom.” El ganador del Grammy estaba haciendo cosas que nunca había hecho antes, esforzándose en todo momento. “Ahora continúo trabajando todos los días, pero durante ese tiempo fue muy extraño. Era como si hubieran encerrado a un animal salvaje. Estuve dos años en el zoológico haciendo lo mismo que hacía en la selva, solo que no estaba en la selva”.
La privacidad es crucial ahora que su vida está en constante exposición. “Es decir, voy a publicar una foto con Gabriela”, dice, “pero no estoy creando una historia de amor. Subo fotos porque es lo que se hace en estos tiempos: publicar imágenes. A veces, por mucho que estés en contra de las redes sociales, es imposible. Por mucho que digas: ‘Voy a mantenerme al margen’, de repente será un: ‘Publicaré una foto’, ¿sabes?”.
Sin embargo, según Benito, es poco probable que sea el centro de una polémica, y no dará detalles sobre su relación a desconocidos. “La gente no sabe una mierda de mi relación”, relata. “No saben si estoy casado, ¿sabes? Quizá ya estamos casados y la gente no lo sabe”, sonríe. “Solo digo. No estoy casado”.
Raíces boricuas
Al crecer en el barrio Almirante Sur de Vega Baja, Puerto Rico, como el hijo mayor de un padre camionero y una madre maestra, Benito era un niño reservado pero divertido, con una gran imaginación. “Me gustaba ser un payaso”, dice. “Sin embargo, también era tímido. Siempre fui cariñoso con mis padres, me gustaba dibujar, jugar con mi imaginación. Nunca fui un atleta”. Pasaba mucho tiempo en su habitación, al igual que fuera de ella, no andando en bicicleta o jugando fútbol, sino imaginando que era un vikingo noruego. “Tengo un recuerdo en mi mente de una pequeña roca en la que me ponía de pie y, maldita sea, me sentía como si estuviera en un reino, como si fueran a caer rayos”, cuenta el cantante. “Recuerdo que había una vecina que les decía a mis papás que yo hablaba solo. Pero era solo yo, jugando, haciendo las voces de los otros personajes porque estaba solo. Ella le decía a mi padre: ‘Ese niño siempre está hablando solo. Deberías hacer que lo revisen’. Y mi padre respondía: ‘El niño está jugando’”.
“Siempre hay una vecina”, bromea Berlingeri.
De niño, cantaba en el coro de la iglesia, rapeaba en el concurso de talentos de su secundaria y escuchaba toda la música que ponían sus papás. “Mucha salsa”, recuerda. “Mi madre escuchaba baladas, merengue y los 40 principales de la radio”. Benito escuchaba reguetón a escondidas. “Lo único que me dejaban escuchar era Vico C”, explica, refiriéndose al nombre artístico de Luis Armando Lozada Cruz, el rapero ampliamente considerado como uno de los fundadores del género. “En aquella época, Vico C era callejero, pero me dejaron escucharlo cuando empezó a hacer música más limpia. El primer artista callejero de la old school que me dejaron oír fue Tego Calderón. Y fue el primero con el que realmente me obsesioné”.
Ahora estamos sentados alrededor de la gran mesa, comiendo ceviche y cerdo, bebiendo vino tinto, mientras Benito sonríe al recordar el primer encuentro con Calderón, el reguetonero puertorriqueño y legendario MC del hip hop. “Siempre cuento la historia de cuando estaba en la escuela. Si me daba flojera y no quería levantarme, me amenazaban con no dejarme escuchar a Tego Calderón. Hombre, me levantaba y preparaba muy rápido. Estaba listo. ‘¡No vas a escuchar la canción de Tego!’. Y yo decía: ‘Está bien, mami, está bien. Estoy listo!’”.
Benito asistió a la Universidad de Puerto Rico en Arecibo, con la intención de especializarse en Comunicación Visual. Durante su primer semestre reprobó todas las clases, excepto las de su especialidad. “Y aprobé matemáticas”, confiesa. Escribía canciones, pero no las grababa. “Siempre creaba ritmos, pistas, beats. Tenía claro que quería ser artista, pero quería que fuera algo serio, como ‘estoy trabajando en serio, no es que esté aquí tratando de hacer locuras’. Es por eso no subí canciones hasta que me sentí lo más preparado posible, a nivel de flow, de ritmo, de letra”.
Alrededor de 2014, antes de abandonar la Universidad, el boricua aceptó un trabajo embolsando alimentos en una cadena de supermercados. Fue entonces cuando su amigo Ormani Pérez, ahora su DJ oficial, lo impulsó a subir algunos temas a SoundCloud. “Había una página en Facebook que todavía existe y mis amigos siempre me decían que los subiera allí. Nunca tuve mucha confianza. Pensaba: ‘No, no lo haré allí. Quiero ser músico y subirlas cuando estén terminadas’. Pero había una oleada de chicos jóvenes que hacían música y la subían a SoundCloud. Y dije, bueno, eso es lo que voy a hacer entonces”.
La gente comenzó a compartir los temas, sumándose cada vez más personas. “Fueron 500 mil luego, un millón”, recuerda. “Es emocionante lanzar una canción, darle refresh y ver cuánta gente la ha reproducido”. En 2016, el también actor llamó la atención de Noah Assad, fundador de Rimas Entertainment, que se había convertido rápidamente en uno de los mayores sellos musicales de la escena latina. Cofundada con José ‘Junior’ Carabaño en 2014, comenzó como una pequeña red de YouTube que distribuía y comercializaba videos musicales. Incluso, cuando Benito aún no decidía firmar con Rimas Entertainment, él seguía repartiendo currículums en establecimientos de retail y pensando en sus estudios. Sabía que siempre haría música, pero no tenía la certeza de cuánto tiempo le llevaría lanzar su carrera. Intentaba estar preparado para todo.
El método de Assad fue único y aprovechaba las colaboraciones estratégicas. En lugar de centrarse en los álbumes, su plan consistía en lanzar singles en rápida sucesión. Para cuando las grandes firmas discográficas se dieron cuenta, las visitas de Bad Bunny en YouTube se contaban por cientos de millones. Desde su éxito de 2016, “Soy Peor”, y sus colaboraciones con Cardi B y J Balvin en “I Like It”, y con Drake en “Mia”, Benito ha batido récords y desafiado las expectativas. Ha presentado tres álbumes de estudio, un material colaborativo y un disco compilatorio. Ha acumulado dos premios Grammy, cuatro Latin Grammys, ocho Billboard Music Awards, un MTV Video Music Award y dos American Music Awards, entre otros galardones.
A finales de 2020, El último tour del mundo se convirtió en el primer álbum completamente en español en alcanzar el primer puesto del Billboard 200. Benito ha sido el artista con más reproducciones en Spotify durante dos años consecutivos. Su gira de principios de año vendió 500 mil entradas en la primera semana y recaudó casi 117 millones de dólares. Además, tras un papel secundario en la serie de Netflix, Narcos: México, el puertorriqueño rodó la película Bullet Train con Brad Pitt. “Era fuego absoluto”, recuerda. “A veces, durante el rodaje, gritaban ‘¡Corte!’ y yo pensaba: ‘¡Qué demonios! Estoy aquí con Brad Pitt’”.
Incluso el Lamborghini Urus que compró tiene otra historia. “Benito no es un tipo al que le guste tener muchos autos, personalizarlos, tener lo más nuevo o lo más rápido”, explica Oliveras. Sí, la estrella mundialmente conocida tiene un SUV de 200 mil dólares con más de 600 caballos de fuerza (junto con un Bugatti), “sin embargo, [el Lamborghini] fue una especie de trofeo que compró porque en 2012 lanzaron un prototipo y, aunque a Benito no le interesan mucho los coches, se enamoró de él. En aquel entonces no era capaz de pagarlo, pues aún estaba en la preparatoria. Siete u ocho años después, pudo tenerlo. No lo compró para tener un Lamborghini, lo hizo porque había sido el auto de sus sueños cuando era un niño”.
“Pasé por todos los procesos de un artista”, dice Benito mientras prueba un increíble plato principal de ternera Wellington, servido con salsa de foie gras. “Fue muy rápido. Tuve mis fiestas gratuitas. Mis fiestas de 100 dólares, aún de forma independiente. Cometí errores, como cualquier novato. Primero fui el nuevo y popular artista, al mes siguiente, fui un nuevo nivel de artista y así sucesivamente. Siguió avanzando, sigue sucediendo”.
Del ring al cine
Entre enero y abril de 2021, cuando habría estado de gira de no ser por la pandemia, el cantante de reguetón comenzó con una curiosa profesión paralela, haciendo apariciones como invitado en el calendario de la WWE y ganando su Campeonato 24/7, un título único que puede ser desafiado en cualquier momento. Semanas después de llevarse a casa un Grammy, compitió en un tag team match con Damian Priest, su compatriota boricua, en WrestleMania 37. Esa experiencia en el ring lo preparó para su próximo papel como El muerto. “Crecí viendo la lucha libre”, recuerda. “Este papel es perfecto y sé que El muerto será épico. Soy fan de Marvel y el hecho de que ahora forme parte de esta familia sigue pareciendo un sueño”.
A Oliveras no le sorprendió que Benito quisiera lanzarse de cabeza al ring. “Sé que siempre ha sido su sueño”, dice. Sin embargo, sí le asombró lo concentrado que estaba. “Dejó de hacer todo lo demás. Siempre está haciendo música, pero dejó todo para dedicarse a esto al 100%”. El cantante entrenaba dos veces al día, trabajando su técnica, su cuerpo. “Desde que despuntó y empezó a hacer giras, fue el mayor cambio que he visto”, cuenta Oliveras.
Por otro lado, Benito fue noticia en febrero de 2020 por acudir a The Tonight Show Starring Jimmy Fallon usando una falda y una camiseta para concientizar sobre el caso de una mujer trans puertorriqueña que había sido asesinada. De hecho, ese compromiso de ver el mundo a través de un punto de vista feminista se extiende a su música, más evidente en su himno “Yo perreo sola”, un grito de guerra contra el acoso sexual y la violencia hacia la mujer.
“La cultura latina es muy machista”, dice el intérprete. “Por eso creo que todo lo que he hecho ha sido aún más impactante... La música latina urbana, el reguetón, es un género en el que hay que ser el más macho, el peor. Por eso también es el más impactante”. “A veces”, explica, “la gente piensa que si eres un artista de reguetón, tienes que actuar o vestir de determinada forma. Pero ¿por qué? ¿Si me visto así, no puedo cantar de esta manera? ¿O si me visto así, no puedo escuchar este tipo de música?”.
Lo cierto es que Benito no busca ser un ejemplo. “No es que trate de sermonear. Voy a un club, o estoy con amigos. Es algo natural. Entonces, cuando alguien lo escucha y dice: ‘Cabrón, es verdad’, y cambia un poco su opinión, no es que vaya a ser una persona nueva, pero aprende algo. Puede que empiecen a aceptar cosas que no habían aceptado, o que de repente digan: ‘Mierda, es verdad, estoy siendo un poco injusto con esta persona’”.
“Obviamente, hay muchas cosas que la gente no sabrá de mí porque tengo mi vida privada”, dice en otro momento. “Puede que no hable de algunas cosas en público. Pero cuando salgo, no estoy actuando, ¿sabes? No me invento un personaje, ni me vuelvo más como un artista, tampoco cambio mi forma de hablar ni nada. Soy como soy, estoy orgulloso de cómo soy y me siento bien con lo que soy”.
“Creo que es alguien con quien te identificas”, explica Diplo. “Es un tipo normal. Tiene una voz increíble. Sabe cómo vestirse y ser atrevido, que es lo que realmente se necesita —hay que tener ese nivel de valentía para lograrlo—. Parece estar en su propia liga. Nadie está haciendo estos mash-ups geniales, es decir, un álbum que tiene trap y grunge rock juntos. Con valentía, se toma el tiempo de hacer estos discos de lo que le gustaba escuchar mientras crecía, y lo hace él mismo. Simplemente se arriesga y gana”.
El almuerzo se retrasó, o la cena se adelantó. En cualquier caso, el sol está empezando a suavizarse, proyectando un tono dorado sobre la piscina y el muelle. Beto Rosado, el ingeniero y productor de Bad Bunny, prepara el equipo para una sesión musical, mientras Benito me pregunta si quiero escuchar algunas canciones del nuevo álbum. Jomar Dávila, su fotógrafo, y Jesús Pino, su ayudante, beben cerveza en la isla de la cocina mientras el chef limpia. Berlingeri se coloca en el sofá jugando con el perro.
Sentado en un taburete frente a las bocinas, Benito pone la primera canción: un tema de reggae tropical alegre sobre beber cerveza en vacaciones. Se levanta con una copa de vino tinto en la mano y mueve la cabeza al ritmo de la canción. Luego, se acerca a Berlingeri y Sansa, y se sienta en el sofá. La música suena muy fuerte. La perrita se pone nerviosa, mueve la cola y salta, intentando alcanzar al conejito de peluche que el intérprete agita sobre su cabeza. Él nunca había grabado tantos tracks para un disco, me cuenta. Incluso, aún no sabe cuáles incluirá.
La siguiente es del grupo colombiano Bomba Estéreo —Benito describe su música como electro tropical—. Suena a fiesta. Sube el volumen y se pone a bailar. Todo el mundo se anima, se balancea en sus asientos y canta con ellos. “¡Esta canción me hace querer una cerveza!”, señala Berlingeri. El tercer tema, en el que ella canta, tiene ritmo de mambo. Benito empieza a bailar lo que podría ser un clásico mambo. Dávila y Pino se alinean detrás de él, dando pasos y bailando una mini conga sincronizada.
“¿Cómo se llama este paso?”, pregunta el boricua mientras continúa sonriendo con su bucket hat sobre la cabeza. Parece relajado y feliz.
“Esta es mi playa”, continúa la canción.
“Este es mi sol, esta es mi tierra”, continúa.
“Esta soy yo”. “¿Es bachata?”, pregunta Benito con respecto a su baile. “¿Merengue?”. No saben cómo se llama, pero sí cómo bailarlo. Es como una segunda lengua. Comparten una historia.
“Es caribeña”, dice Dávila.
“Es Cruise Ship”, propone Pino.
“¡Tobogán eléctrico!”, responde Dávila. Benito se desliza por el suelo con pasitos al ritmo de la música. “¡Es americano!”, exclama. Súbitamente, todos se ríen y siguen bailando.