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Sara Barquinero: "Nos hemos vuelto tan cínicos que no podemos imaginar otros mundos posibles"

Ambiciosa, monumental y cuajada de ideas políticas y filosóficas, 'Los Escorpiones' es un soplo de aire fresco en la narrativa en español. "A medida que crece el entretenimiento fracasa el poder de las artes", dice su autora sobre el libro del año

La escritora Sara Barquinero la semana pasada en Roma.
La escritora Sara Barquinero la semana pasada en Roma.FABIÁN RAMOS
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Desde su publicación a finales de febrero, Los Escorpiones (Lumen), precedida de una gran campaña de prensa, dio mucho que hablar. 800 páginas -el grosor fue un fetiche más- que condensan cuatro historias en diferentes líneas temporales, de la Italia protofascista a hoy, una siniestra conspiración mundial basada en una música mortal, páginas y páginas sobre las oscuridades de internet, los pozos de la depresión y el abuso de sustancias y emocional, cuestiones de precariedad democrática y de los abusos del capitalismo... Todo ello aliñado con comparaciones más o menos afortunadas con David Foster Wallace y Thomas Pynchon, pero también con Javier Marías y Cervantes...

Mientras se sucedían las entrevistas y las críticas elogiosas, Sara Barquinero (Zaragoza, 1994) no terminaba de creérselo. "Aunque desde el principio el libro tuvo su importancia y tenía muchas entrevistas, promociones y feedback, no era consciente del todo. En cierto modo, esto era lo que siempre había querido conseguir, pero mientras estaba sucediendo no le daba ninguna importancia. Hasta que llegó el verano no he asimilado lo que estaba sucediendo", confiesa a La Lectura desde Roma, donde desde hace unas semanas disfruta de una de las becas de creación de la Academia de España de la capital italiana.

Ya tocó en su momento a la crítica glosar la evidente valentía y ambición del libro, su coherencia narrativa a pesar de jugar con múltiples géneros y sus guiños a los videojuegos y al internet popular de los 90 y 2000 -foros y creepypastas- al posmodernismo estadounidense y al pensamiento de Kant y Kierkegaard -no en vano la escritora estudió filosofía-.

Por su parte, Barquinero añade que Los Escorpiones estuvo casi una década bullendo en su cabeza, que muchos fragmentos nacieron de momentos de depresión -"era escribir o apuntarme a clases de cerámica", bromea-, que ambientar la trama histórica en España "hubiera sido un lío enorme", y que lo que más le ha sorprendido es "la edad de algunas personas que leían mi novela. Pensaba que iba a atraer más gente de mi edad o un poco más joven, y cuando veía algún hombre como de 65 años que la había leído y le había gustado, me sorprendía muchísimo", reconoce. Eso sí, agradece todo el cariño y la generosidad, y también comenta: "nunca he sentido que no me estuvieran entendiendo. Así que o yo lo he hecho bien o mis lectores son muy listos".

Explora el mundo de internet y su evolución de panacea a peligro en los últimos años, pero sobre todo destaca que su importancia en la vida de mucha gente es una realidad. ¿Debemos dejar de ver este mundo virtual como algo ajeno y considerarlo ya como parte de nosotros?
A nivel de creación de la personalidad es ya una obviedad. Lo que mucha gente recibe de internet y las redes sociales, me da igual si son blogs de estilo de vida, tuits o lo que sea, configura en gran medida la identidad de al menos todas las personas menores de 35 años. En cuanto a la tendencia a demonizarlo, el filósofo francoargelino Jacques Ranciére habla de cómo muchas veces tendemos a pensar en que las tecnologías nos cambian cuando es al revés. Por ejemplo, la máquina de vapor no cambió las comunicaciones, sino que ésta se inventó porque había necesidad de ese cambio. A lo largo de la historia, surgen distintos elementos tecnológicos que mejoran nuestra vida, no al revés. En este sentido, internet no se tiene que ver como un ente malvado coordinado que gente terrible como Elon Musk o Steve Jobs ha introducido en nuestra vida para controlarnos, sino que triunfa porque surge de una necesidad social. Aunque genere o fomente cosas negativas como distintos tipos de angustias o de formas de entender el consumo, había muchísima gente que se sentía muy sola y que tenía una gran necesidad de tener una herramienta para comunicarse o expresarse. Y para esas personas creo que es muy importante que siga existiendo internet.
En el libro abarca multitud de registros: un diario, muchos tipos de escritura, sueños, narraciones de conciencias alteradas, foros digitales... ¿Cómo fue cosiendo estas piezas?
Es lo más divertido de la novela, para mi gusto, y me parece que facilita las cosas. Soy una escritora muy joven y esos cambios de registro me ayudaron a aprender cosas de cómo se escribe, a solventar problemas de continuidad que si no, hubiera sido incapaz de resolver. Encajar dentro del texto, por ejemplo, un artículo académico o conversaciones de un foro, te permite aislar una parte de la novela y trabajarla como una pequeña pieza. Ahora estoy escribiendo otra que no va a ser tan larga, pero sí bastante, y en la que por necesidades de trama no puedo cambiar de registro y me parece más difícil. Los novelistas que consiguen escribir una novela con un único personaje durante mil páginas, tienen mucho más mérito que yo.
¿Y no le preocupó, en ningún momento, la exigencia hacia el lector? No hablo sólo de las 800 páginas, sino de la complejidad estructural y, especialmente, de la crudeza de muchos pasajes.
No, porque creo, aunque no lo digo como algo necesariamente bueno, que mi novela sea muy compleja de leer, que ninguna de las partes tenga sostenidamente un estilo elevado e incomprensible. Creo que hay partes más difíciles de leer o más experimentales, pero siempre van acompañadas de partes relativamente agradables y sencillas. De hecho, probablemente algunos lectores pueden sentirse decepcionados porque esperan que una novela de 800 páginas sea mucho más densa. En cuanto a la crudeza sí tuve muchos más reparos, sobre todo en la primera parte. Recuerdo que el primer ejemplo del foro de los suicidas que había puesto eran unas instrucciones sobre cómo ahorcarse, porque a mí me dio mucha angustia leerlas. Aunque creo que si alguien de verdad quiere suicidarse no hace falta que le explique cómo hacerlo Sara Barquinero en una novela de 800 páginas, al final incluí otras cosas más remotas. No era tanto que me diera miedo que pasara algo, sino que me parecía demasiado mórbido, por lo que que tuve momentos de bajar el discurso para que no fuera tan duro como podía ser.

"Al convertir el entretenimiento en un gran mercado, le hemos dado la capacidad de desresponsabilizarnos a nivel político. A medida que crece su poder, fracasa el de las artes"

El núcleo del libro es el desarrollo de una teoría de la conspiración, un tipo de pensamiento en auge desde hace años. ¿Por qué el peso de este tipo de ideas aumenta en la sociedad actual?
Las teorías de la conspiración están en auge porque hoy en día hay una gran crisis de agencia del individuo, es decir, sentimos que cuanto más avanza la historia, menos capacidad de poder hacer algo tenemos. Por ejemplo, si quieres detener el genocidio en Gaza, ¿la solución es ir a una manifestación que sabes que es inútil? Hay un montón de grandes temas en los que el ciudadano medio siente que cada vez tiene menos potencial de actuación y, entonces, en lugar de afrontar pequeños problemas que quizá sí podamos solucionar decidimos pensar que el mundo está dominado por fuerzas oscuras conspiradoras, sean éstas multimillonarios, nazis o extraterrestres.
Si aceptamos que nos rige una suerte de leviatán invisible e intocable, ¿dónde está la frontera entre la desesperanza y la pura comodidad de creer en esto?
Esta es una de las bases del cinismo contemporáneo, pero yo no diría que sea cómodo, porque aunque esta postura te permite no hacer nada, en el fondo es una comodidad incómoda, ya que también te impide creer en nada y sentir que eres importante. Me imagino que, por ejemplo, si uno quisiera creer en el socialismo, sería muy incómodo porque tendría que hacer un montón de cosas para hacer que el socialismo se hiciera real en el mundo. Así que no hacer nada también te impide decir que abrazas cierta ideologíao tal o cual religión. Nadie que tenga más de 12 años puede decir hoy en día que cree en algo sin resultar naíf, y eso también es desagradable, ¿no?
La conspiración de Los Escorpiones especula sobre la unión del entretenimiento y la política, sobre cómo ésta usa a aquel para someternos en este mundo capitalista. ¿Realmente cree en esta combinación?
Esta conexión de entretenimiento o diversión y tejemanejes políticos ha existido desde siempre, ahí está aquello tan viejo de pan y circo. Sin embargo, en la medida en la que el entretenimiento se ha convertido hoy en día en un mercado de consumo extremadamente amplio, le hemos cedido la capacidad de desresponsabilizarnos a nivel político y ético. Y esto tiene consecuencias, la principal a mi juicio la pérdida de importancia de las artes y las letras para para moldear la opinión pública. Platón tenía miedo de que ciertas músicas y poesías pudieran llevar a una revolución política. Hoy, ese miedo es ridículo, por supuesto. A medida que crece el entretenimiento, fracasa el poder de las artes. Por decir algo triste y autoconsciente: he escrito un libro que es un troncho de 800 páginas, que se ha leído mucha gente que está en listas de mejor libro del año, y ¿de verdad crees que ha influido algo en el debate político o que alguien le ha cambiado su visión política o ética sobre nada? En ese sentido he fracasado.
Otra crítica al capitalismo que haces en la novela es cómo este sistema socioeconómico creado por el hombre ha logrado ser visto como algo infinito e indestructible, ¿por qué pensamos así y a dónde nos conduce?
Esta fe, tanto de defensores como de detractores, me parece un estatus similar al de estar clínicamente deprimido. Si estás triste porque has engordado o adelgazado, o has roto con tu novio, puedes tomar medidas para arreglarlo, pero si estás clínicamente deprimido, simplemente te regodeas en ello y no puedes hacer nada. La situación que tenemos a nivel político, la incapacidad de creer en ciertos relatos, es una depresión clínica social. El gran problema de la sociedad presente, de este mundo posmoderno, es que somos tan cínicos que nos han quitado la capacidad de imaginar otros mundos posibles, otros relatos.
La escritora Sara Barquinero la semana pasada en Roma.
La escritora Sara Barquinero la semana pasada en Roma.FABIÁN RAMOS

"Si nos resulta ridículo creer en el progreso humano o en la religión o en el socialismo o cualquier ideología política, ¿qué peso tiene nuestro paso por la tierra?"

Habla mucho de salud mental y de su punto final el suicidio... ¿Realmente estas situaciones son algo comprensible intelectualmente? ¿Es el arte, la literatura, un vehículo para lograr esa comuicabildiad?
Lo que me interesaba de tratar temas como el suicidio o la depresión literariamente es justo trascender una simple opinión personal, porque es algo radicalmente difícil. Yo no sé, por ejemplo, si está bien hablar más del suicidio o genera un efecto llamada, o si está bien que existan foros pro suicidio o no. Pero creo que la literatura puede ser un medio para que la gente que no empatiza de manera natural con esos temas se sienta apelada sin tener una posición directamente ética o moralista. En mi experiencia, cuando uno se ha sentido muy desesperado, da mucho gusto verse reflejada en ese tipo de tribulaciones, en un texto, en una película, lo que sea. Y otro aspecto que quería abordar es que, aunque cada vez haya más conciencia social de que ir a terapia está bien, no creo que se deba vender como algo fácil y que nos hará mejores, una cura inmediata para aprender X cosas. El suicida es un caso límite de esto, porque quien se mata ya no aprende nada de nada.
Otra reflexión interesante en su tratamiento de todos estos foros y experiencias es cómo convertimos la violencia en entretenimiento. ¿Qué refleja esto?
Por un lado, creo que intentar estar alegre es una pulsión humana fundamental, pues si te tomaras todo lo que sucede demasiado en serio todos terminaríamos en un foro de suicidio. Sin embargo, es evidente lo horrible de que banalicemos no sólo la violencia, sino la muerte o cualquier drama. La cuestión es si podemos tomarnos en serio nuestros traumas personales o los traumas históricos de nuestro tiempo si enseguida los insertamos en una narrativa de simplificación, como ocurre en muchos de estos foros o en los vídeos de la deepweb, pero también al ver las noticias sobre catástrofes en el telediario.
El último tema de fondo es la muerte, uno de los grandes tabúes contemporáneos. ¿Es esa incomprensión de nuestra finitud lo que nos desespera?
Desde luego, eso se produce por esa pérdida generalizada de sentido de trascendencia que comentábamos. Por recobrar un ejemplo anterior, si uno cree en el progreso humano o en el más allá, puede darle sentido a su paso por el mundo y a su muerte, pero si nos resulta ridículo creer en el progreso humano o en la religión o en el socialismo o cualquier ideología política, ¿qué peso tiene nuestro paso por la tierra?
¿Y pueden ser el arte y la literatura un camino para hallar esa trascendencia?
Los artistas solemos ser un tipo particular de neuróticos, unos que hace de sus dudas existenciales un medio de vida, pero creo que el arte, a nivel psicológico, sí que puede servir como una medida de inmortalidad y sí que creo que el artista debería, por lo menos, aspirar a que su obra y sus ideas tengan algún tipo de relevancia más allá de la coyuntura actual. Aunque ya no pensemos, como en otros tiempos, que estamos creando el sistema filosófico tan definitivo como el universo, sí es un buen refugio del cinismo aspirar a esa trascendencia.

"No suelo tener bloqueos creativos, así que la presión de Los Escorpiones no me afecta. De hecho, diría que haber escrito este libro me ha enseñado muchas cosas para el futuro"

A lo largo de este año te has adentrado fulgurantemente en el mundillo editotrial. ¿Cómo ha sido esa inmersión con todo lo literario ajeno a la literatura?
Sé que hay mucha gente que tiene sospechas de que éste es un mundo oscuro de relaciones horribles por interés y así, pero en el fondo la mayor parte de personas que trabajamos en literatura o cultura habríamos sido grandes amigas si hubiéramos coincidido en una clase de instituto. Encontrar a otros escritores y periodistas culturales es para mí, en general, muy agradable. Lo que más me ha disgustado han sido las cuestiones relacionadas con la exposición. No entiendo cómo otros escritores pueden hacerlo. De hecho, hace un par de meses me quité todas las redes sociales, que era algo que llevaba deseando hacer desde que saqué la novela, pero pensaba que iba a aparecer una personaja, si nada más sacar un libro me cerraba todo.
Lleva ya unas semanas en Roma. ¿Tiene ahora mayor perspectiva sobre su libro y su futuro como escritora?
Estos últimos días de listas y todo eso me han hecho reconectar, pero la verdad es que desde que llegué a Roma estaba más ancha que pancha, sin pensar demasiado en mi libro ni en España en general. Respecto a escribir, de momento tengo esa suerte, a lo mejor cambio en el futuro, pero me sigue gustando mucho, me sigue divirtiendo ponerme delante de la página. No suelo tener bloqueos creativos, así que la presión de Los Escorpiones no me afecta. De hecho, diría que haber escrito este libro me ha enseñado muchas cosas sobre cómo se escribe, que podría aplicar aún mejor, espero, en los siguientes.
Dice que está ya escribiendo otra novela. Sin entrar en detalles, ¿qué pretende contar?
El libro trata sobre la universidad, la intelectualidad y las porosas dinámicas de poder entre el intelectual adulto y la joven pupila, un tema que es un grave problema que considero que está muy poco tratado en España. También me parecía necesario problematizar en qué se ha convertido la universidad últimamente en cuanto a estar anegada de procesos burocráticos o reflexionar sobre las formas reales de lograr producir conocimiento. Pero también, como nota más positiva, quería hablar de ese eros por el conocimiento, de esa manera ilusionante en la que pensamos en nuestro paso por la universidad o en cómo nos afiliamos actualmente a los otros. O sea, quería retratar ese mundillo. Y, además, estoy cambiando algo de referentes. Últimamente he leído mucho a Jeffrey Eugenides y a Sartre, principalmente El ser y la nada. El año que viene, me meteré con la Crítica de la razón dialéctica, porque me parece que en el pensamiento de Sartre hay ideas muy interesantes para hablar del amor y de la función de los intelectuales. A ver qué sale. Igual que con Los Escorpiones, una lo intenta, luego lo que consiga ya lo irá diciendo el tiempo, no el de la lista de libros de 2024, sino uno mucho más a largo plazo.